Y la vida hijo mío
¿qué sería sin ese tránsito de emociones por las que nos sorprendemos,
ilusionamos, decepcionamos, entristecemos, alegramos, enfadamos o amamos?.
Todas esas emociones se enriquecen unas a otras. Aprendemos a expresarlas y
controlarlas e incluso ocultarlas y bloquearlas, pero nunca podemos hacerlas
desaparecer. Estamos construidos de emociones. Y ellas dejan un recuerdo, que
muchos creen que es efímero, pero no cariño mio. Perdura en nuestros recuerdos,
tanto en su forma de imagen, como en la de las sensaciones emotivas de las que
nos impregnamos.
Religiones,
credos, ideologías, sistemas políticos y educativos, padres y familiares se han
obstinado en controlar y conjugar las emociones de
acuerdo a sus peculiares sistemas de valores. Y en mayor o en menor medida
consiguieron domar la espontaneidad de la libertad en beneficio, dicen; de la
comunidad.
Sin embargo un
niño siempre me sorprende por su capacidad de esquivar los dogmas, las reglas y
las normas. Siempre guarda un espacio de libertad, que perdura incluso cuando se
será adulto en un lugar recóndito de su mente.
Mirándote a los ojos, viendo tu
sonrisa, sintiendo tus movimientos ¡tan únicos! que hacían ser divinos, los
vivo nuevamente en mi recuerdo cuando tengo a tu hermano a mi lado. Tu hermano,
y los recuerdos que guardo sobre ti, son el reducto de la Libertad de cuando éramos
niños. Es lo más cerca de Dios que nunca nadie podrá estar, y gracias a él te
recuerdo en lo feliz que me hiciste ser.
Y estoy seguro que tú guardas ese espacio
en tu recuerdo, de lo feliz que fuiste con tu papá y tu familia. Muchos más las
emociones de amor que las de tristeza, con total seguridad amor mío.
Papá.
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