Es viernes por la mañana. Un coche de la Policía llega a tu trabajo. Preguntan por ti. Te leen tus derechos y eres esposado e introducido en el vehículo policial con un toque en la nuca.
No sabes nada, no comprendes nada. Una vez en la comisaría, te invitan a depositar tus objetos personales en una bolsa de plástico. También has de entregar los cordones de los zapatos y el cinturón, para evitar que puedas suicidarte.
Eres informado de que estás detenido por un delito de Violencia de Género y autorizado a facilitar un número de teléfono a los agentes para que realicen una llamada, pero tu teléfono ya está apagado –requisado- y no conoces, de memoria, los números.
A continuación, te llevan a una habitación te desnudan te dice siéntate date la vuelta se mofan de ti y después eres fotografiado. Te toman las huellas y ya estás fichado. Ya eres un delincuente más que va a ser conducido a un calabozo oscuro, sin ventilación y con una colchoneta negra de 3 cm sucia y meada que te proporcionan para estar tumbado o intentar el imposible de dormir.
Transcurren las horas y comienzas a perder la noción del tiempo. Desconoces si es de noche o de día. Evidentemente, no tienes reloj. Y comienzan a llegar “invitados” –todo tipo de delincuentes- a compartir estancia contigo.
Te proporcionan un zumo pequeño del malo que hay de uva y un sándwich pan bimbo que no te entra por el miedo. La angustia se apodera de ti. Ignoras por qué estás en ese siniestro lugar, ni conoces si las personas de tu entorno han sido informadas de tu situación o creen que has desaparecido.
Cuando precisas de ir al aseo, te acompaña un Policía. Pero eso sí, vas esposado. Aprovechas para preguntarle al agente que está pasando y cuánto tiempo va a durar esa pesadilla, pero él te responde que no te va a decir nada porque no sabe si tú eres un asesino, un ladrón o un narcotraficante.
No hay forma de calcular qué hora es. Han pasado tres días y no has podido asearte ni hablar más que con los detenidos que han compartido celda contigo. El estado al que has llegado es difícilmente descriptible. Una mezcla de locura, ansiedad, agotamiento, desesperación e impotencia. Has sido degradado como persona.
Mientras en este momento tu pareja o expareja y denunciante falsa está saqueando tus pertenencias, borrando pruebas de tus recuerdos. Con todo el derecho del mundo cuando sales y denuncias te dicen que es o fue tu pareja y puede coger o tirar a la basura lo que quiere.
Es lunes y entraste el viernes. La irrupción de varios policías al grito de “vamos” rompe la monstruosa espera. Vuelves a ser esposado y conducido al Juzgado. En esta ocasión, realizas un recorrido con los grilletes en el que estás expuesto a la mirada de las personas que deambulan por la calle o realizan gestiones judiciales.
Entonces es cuando te presentan a tu abogado, que te informa de que tu exmujer te ha denunciado porque la amenazaste o maltrataste, incluso hace ya mucho tiempo. Te vuelves loco al no comprender como es posible que hayas pasado ese calvario sin que nadie haya comprobado si esa mujer decía la verdad o mentía.
Y tu abogado de oficio te aconseja declararte culpable: “porque te pueden caer unos cuantos años de prisión de lo contrario. Si te conformas, te vas a tu casa con una orden de alejamiento y puede que todo quede en unos días de trabajos en beneficio de la comunidad".
Unos aceptan y otros se niegan, incluso pelean y demuestran su inocencia pero ya has vivido un siniestro episodio que te dejará marcado para toda la vida y, a buen seguro, apartado de tus hijos.
Mientras, ella se ha embolsado un buen puñado de miles de euros a pesar de que un juez ha determinado que tú no has hecho nada y te costará años recuperarte del trauma. Muchos no lo consiguen jamás.
Tienes pesadillas, se te ha borrado la sonrisa y miras a las mujeres con temor. El golpe es tan brutal que nunca vuelves a ser el de antes, pero ella ha sido premiada económicamente y con ayudas varias por parte del Estado. Por ir cinco minutos a una comisaría a mentir, a destruir tu vida y la de tus hijos.
Aspiraste a la Custodia Compartida para tus hijos y tu ex te ha pulverizado con la ayuda de jueces y Gobierno para que no se te vuelva a pasar esa idea por la cabeza.
Y esto solo fue el inicio hijo mio.
Papá.
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