Querida
hija Sara
Tal vez sea una sorpresa para ti, o tal vez no. Lo cierto es que soy papá y te envío esta carta escrita desde lo más profundo de mi alma. En primer lugar, ante todo, quisiera explicarte a que se debe el motivo de esta carta.
Después de tanta búsqueda,
al fin pude encontrar lo que mi alma realmente necesitaba. He empezado
a andar un nuevo camino vital, que le ha
dado un giro a mi corazón, a mi
alma y a mi espíritu totalmente diferente. Y desde ese contexto me estoy dirigiendo
a tu corazón hija hermosa.
Lo
primero que mi alma necesita es pedirte perdón absoluto y sin justificaciones
hacia todo lo que de mí realicé desde un corazón herido contra tu ser. Un perdón reflexivo y conectado con la
faceta más espiritual de mi alma, que me lleva a conectar con la esencia
que de mí está en ti.
Porque
sé, que con todas las heridas que cargaba mi alma, te lastimé hija mía, te
lastimé, la fibra más delicada de tu ser, que fue tu infancia.
Tus primeros años, en donde todo debía ser armonía, todo debía ser amor, en donde todo debía ser comprensión de mi parte, para contigo, para con tu hermano y para con tu madre. Y no fue así, no porque no quise hija mía. No. ¡¡¡Fue porque no supe hacerlo, no supe!!
Es
por esa razón que vengo de esta manera en absoluta humillación de rodillas en
mi corazón. A pedirte perdón por todo el daño causado a tu corazón en tus años
más vulnerables.
Sé
que en estos tiempos tu tierno corazón esta resentido conmigo y lo comprendo,
yo también estaría igual si estuviera en tu lugar. Pero otra parte de mi apela a la misericordia divina que también
habita en ti y que sabe que una parte de tu identidad está hecha
de polvo divino de mi ser, y nadie puede renunciar a su propia identidad. Por
lo tanto, como padre, debo rendir desde el amor
un perdón auténtico a cada aspecto de ti que yo dañé, al no haber sido el mejor padre que
merecías.
Me dirijo en especial a la niña que siempre llevarás dentro, a la que ansío que consiga la total sanación espiritual, y por ello desde lo que de mí es posible, entrego mi energía de paz y afecto, y me redimo pidiéndote un perdón sincero por no haberte sabido cuidar desde incluso antes de que nacieras, con mis pensamientos, mis conductas, mis sentimientos y mis hábitos mal construidos.
Tú eres la única hija que he tenido, esa pequeña esencia del lado femenino de mi ser que está en ti quiso desde el primer momento sentir la libertad del amor, el amor verdadero, el que surge de la divinidad, y que nos permite vivir en armonía y felicidad.
Y yo contribuí a ponértelo difícil, porque fuiste receptora de un comportamiento irracional, y basado en el rencor. Apelo a la misericordia del Padre, si él me concede tu perdón, y sabré esperar el tiempo que así se disponga en tu corazón. Ya que he comprendido que es Él quién pone el querer como el hacer de todas las cosas.
Lo comprendo desde lo más íntimo de mi ser, y lo aceptaré hasta que se convierta en afecto. Sin pensar en el tiempo, porque todo el tiempo es el de Dios.
Eras una niña con energía, con bondad, con brillo, con fuerza, con solidaridad, y sin duda mi educación y transmisión de valores hacia ti contaminó tu pureza angelical. Pero quiero que sepas que siempre tendrás la oportunidad de desarrollar todo tu potencial hacia el bien, porque Dios está contigo, muy unido a ti. Y espero con mis pensamientos hacia ti, ahora, lo logres más fácilmente, para ser una “mujer” que tenga una niña sana y hermosa por siempre. Tienes una llave nueva cariño, para entrar a un mundo de libertad y de paz.
Recuerdo cuando eras pequeña, apenas 4 o 5 años, que hablabas con entes imaginarios, para jugar y contarle tus cosas, tus secretos, y diría tus sueños. Cuando me llamabas papito y yo te respondía como “mi pequeña Sisí, poqueta Boleta”. Esos eran momentos limpios, puros, conectados con Dios.
Y nunca debieron desaparecer de nuestras vidas de una manera tan cruel como ocurrió. Porque lo que había detrás de ellos era la magia divina, la magia del amor. Y sé que te hice sentir alejada de esa magia, de esa libertad de amar que Dios nos da. Producto de mis heridas, trasladé mis envidias, necesidades erradas, iras y rencores hacia tu persona; cuando solo eras una niña o una adolescente que necesitaba brillar desde el amor.
Pero Dios siempre nos da la oportunidad de sanar las heridas, de convertirnos en adultos de verdad, sin perder a nuestro “niño interior” y disponer de él de una manera sana, y para ello el perdón es absolutamente necesario. Y eso es lo que hoy vengo a suplicar: el perdón en tu corazón.
Perdón, por sentimientos y emociones negativas que en algún momento de forma errada sentí por ti. Por favor perdóname mi niña. Estaba ciego como hombre y como padre, no había entendido con claridad cual era mi rol. Estaba como un niño dolido, construyendo mi vida.
De mí solo saldrá energía de amor a partir de ahora hacia ti, con la única intención que la utilices para sanar toda herida del pasado que haya podido prevalecer.
Y papá siempre, desde aquí o desde donde Dios elija, te esperará para renacer hacia una nueva vida, cogidos de la mano del amor, la paz y la libertad.
Te esperaré todo lo que sea necesario, infinito y más allá, hasta Dios. Y me baso en la fe, en la convicción absoluta que va a ocurrir.
Te quiero, papá.
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