22/1/24

152. Los recuerdos del amor son eternos

 


El tiempo, ese implacable y eterno compañero de vida, que todo lo consume a su paso, que borra huellas y transforma paisajes, que desgasta cuerpos y borra nombres. El tiempo, que nos recuerda constantemente que nada es eterno, que todo tiene un principio y un fin, que nos empuja hacia adelante sin mirar atrás.

Pero existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz, el amor.

Los recuerdos son como pequeñas joyas preciosas que guardamos en lo más profundo de nuestro ser. Son instantes congelados en el tiempo, momentos de felicidad pura que se resisten a desaparecer. Son los rostros de las personas que amamos, las risas compartidas, los abrazos cálidos, los besos robados, la unidad en las relaciones. Son los lugares que nos vieron crecer, los paisajes que nos dejaron sin aliento, los atardeceres que nos hicieron soñar. Son las experiencias que nos marcaron, las lecciones que aprendimos, los logros que nos hicieron sentir orgullosos, respetando las diferencias.

El tiempo puede borrar nombres, borrar rostros, borrar lugares. Pero no puede borrar las emociones que esos recuerdos nos traen, ni las leyes de la naturaleza que nos hace a cada uno diferentes y complementarios entre hombre y mujer.

La alegría, el amor, la gratitud, la nostalgia. Los recuerdos nos conectan con nuestro pasado, nos recuerdan quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Nos enseñan a valorar lo que tenemos, a apreciar cada instante, a vivir con intensidad. Nos ayudan a superar los momentos difíciles, a encontrar consuelo en los días oscuros, a seguir adelante con la certeza de que la felicidad siempre está al alcance de la mano. Nos muestra que la unidad en el amor es infinita y permanente.

Los buenos recuerdos que nacen desde el amor son como un refugio en medio de la tormenta, un faro que nos guía en la oscuridad, una fuente inagotable de esperanza. Son la prueba de que, a pesar de todo, la vida está llena de momentos hermosos que vale la pena atesorar. Son la razón por la que seguimos adelante, por la que luchamos, por la que vivimos. Son la chispa que enciende la llama de la felicidad en nuestro corazón, la luz que ilumina nuestro camino, la fuerza que nos impulsa a seguir creciendo.

Porque, al final del día, lo único que queda son los recuerdos. El tiempo puede llevarse todo, menos eso. Los buenos recuerdos que nacen del amor perduran en el tiempo, se mantienen vivos en nuestra memoria, nos acompañan en cada paso que damos. Son el tesoro más preciado que poseemos, la riqueza que nadie nos puede arrebatar. Son el legado que dejamos a quienes vienen después de nosotros, la huella que queremos dejar en el mundo.

Así que, a pesar de la implacable marcha del tiempo, sigamos atesorando cada momento de felicidad, cada instante de amor, cada recuerdo que nos haga sonreír. Porque al final, lo que importa no es cuánto tiempo vivimos, sino cómo vivimos ese tiempo. Y los buenos recuerdos son la prueba de que hemos vivido con intensidad, con pasión, con alegría, con respeto al Bien superior. Y sobre todo con amor. Y eso, eso es lo que realmente importa.

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