Las mujeres que maltratan a sus parejas y familias aprendieron conductas agresivas desde la niñez y con el tiempo las convirtieron en hábitos. No saben contener sus impulsos ni emociones y tienen una baja autoestima.
Las mujeres maltratadoras existen y pueden ser tan peligrosas como un
hombre violento. Pero, ¿Cómo estas mujeres se convirtieron en agresoras?
¿Existe un perfil de ellas?
La psicóloga clínica forense del Instituto de Investigaciones Forenses
(IDIF), Lorena Cox, señala que la violencia se aprende. Las personas expuestas
al maltrato físico y psicológico, desde niñas, reproducen lo aprendido al
crecer y al formar sus propias familias.
El abuso más habitual de una mujer a un varón es el psicológico, que es
devastador en sus consecuencias, pero menos visible. “Es diferente la violencia
psicológica de la mujer. Es sistemática, estratégica, apela al desprestigio, al
insulto, la ofensa, al chisme, a crear situaciones públicas de vergüenza,
exponiendo a su pareja. Las mujeres somos más emocionales y las emociones mal
manejadas devienen en comportamientos agresivos”.
La psicóloga Brenda Literat coincide en que el origen de las conductas
violentas en las mujeres suele ser la falta de modelos pacíficos y asertivos en
la infancia y adolescencia y, por el contrario, haber crecido y participado de
modelos familiares y sociales violentos, que se van asimilando como un estilo
de comportamiento. “Al instalarse como hábitos constantes de respuesta, al
llegar a la adultez, se producen en forma automática. En muchos casos, la mujer
cree verdaderamente que lo que hace está bien, porque no conoce otro modo de
respuesta; en otros, se arrepiente y se culpa por su actitud, pero en el
momento de los hechos, no puede evitar sus propios impulsos, no los puede
frenar a tiempo”.
Una mujer agresiva suele ser controladora o celosa, culpa a los demás de lo
que le ocurre y tiene dificultades para manejar sus impulsos y emociones. Tiene
baja autoestima y el maltrato o desvalorización de su pareja le permite
sentirse superior. Su maltrato va contagiando todas las áreas de su vida y a su
familia. En el plano sexual, por ejemplo, elige agredir negándose a tener
actividad sexual con la pareja y descalificándole o comparándole con otros
hombres. También le culpabiliza por su falta de deseo sexual. También puede
incurrir en el abuso encubierto hacia los hijos. Disfraza las actitudes
violentas con presuntas exigencias lógicas en beneficio de la crianza o de la
educación de los hijos. Por ejemplo, descalificaciones y castigos físicos o
penitencias exageradas. “En realidad es una violencia encubierta dirigida hacia
el marido y cuando él los defiende, ella lo acusa de desautorizarla y estalla
en ira”. Pueden ser exigentes y severas o también muy cariñosas y atentas, pero
cuando se dispara una situación que les provoca ira, actúan insultando,
descalificando, golpeando o imponiendo castigos desmesurados. De un estado de
ánimo calmado pasan al impulso agresivo sin medias tintas y ello produce en el
cónyuge y en los hijos terribles confusiones. De una mamá normal de pronto se
convierte en una amenaza imparable. Con el tiempo, al repetirse una y otra vez
estas conductas, sus hijos crecen con miedo y pueden llegar a desarrollar
enfermedades psicosomáticas o psiquiátricas.
La personalidad con rasgos violentos reacciona hacia cualquier miembro de
la familia, el único límite es la posibilidad del otro de rechazar la agresión.
La mujer que maltrata siente que está acorralada por situaciones que se le
escapan de las manos; exigencias sobre ella misma que no puede afrontar, se
siente impotente, amenazada por la oposición de los demás o desbordada porque
no sabe cómo pedir ayuda y ella misma presenta una imagen de autosuficiencia,
por la que los demás suponen que no necesita colaboración. Su irritación crece
y es descargada sobre sus seres queridos. “Ella ama a su familia, pero proviene
de un entorno disfuncional que le mostró ejemplos que ella absorbió como
válidos y los reitera”, agrega Beatriz Literat.
Las conductas violentas se convierten en hábitos y por ello son tan
difíciles de modificar. La psicóloga Lorena Cox lamentó que no existan recursos
estatales suficientes para la reeducación de las personas violentas. Y la
familia no solo llega a naturalizar la violencia de la mujer, sino que la
encubre, por la vergüenza que le genera al varón el admitir que es una víctima.
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