Fallas, día del Padre, pascua, cine....tiempos que pasan y que nos llevan a un presente lleno de la belleza y energía del pasado y la ilusión por el futuro...para sentirnos cada día mejores personas. Y sin embargo quiero hacer una reflexión sobre el aquí y ahora, sobre cada uno de nosotros mismos:
Después
de un tiempo, he estado reflexionando sobre la sutil diferencia entre sostener
una mano y encadenar el alma. He ido aprendiendo que el amor no es sinónimo de
posesión, que la compañía no garantiza seguridad. Empiezo a comprender que los
besos no son contratos, que los regalos no son promesas. A medida que el tiempo
avanza, uno se reconcilia con sus derrotas, levantando la cabeza con los ojos
bien abiertos, y aprende a construir sus caminos en el hoy, porque el terreno
de mañana es incierto y el futuro tiene la tendencia de desmoronarse a la
mitad.
Uno
aprende que incluso el calor del sol puede quemar si es demasiado intenso. Por
eso, uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a
que alguien le traiga flores.
Después
de un tiempo, uno aprende que la libertad es un regalo preciado, que la
autenticidad es un tesoro invaluable. Aprende a valorar su propia
individualidad, a amar su propia compañía y a vivir en armonía consigo mismo.
Uno comprende que la verdadera plenitud no reside en la dependencia de otros,
sino en la fortaleza interior, en la capacidad de florecer en medio de la
adversidad.
Uno
aprende que el amor propio es el cimiento sobre el cual se construye una vida
plena y significativa. Acepta que las expectativas ajenas no deben dictar su
camino, que su felicidad no depende de la validación externa. Uno se empodera,
se empieza a valorar por lo que es, no por lo que los demás esperan que sea.
Después
de un tiempo, uno aprende que la verdadera dicha está en el autoconocimiento,
en la conexión con su esencia más profunda. Se da cuenta de que la felicidad no
se encuentra en la posesión de cosas materiales, sino en la riqueza de
experiencias, en la autenticidad de las relaciones, en el amor incondicional
por uno mismo.
Así,
uno avanza con pasos firmes, sabiendo que el mayor regalo que puede darse es el
amor propio, la aceptación de su ser único y genuino. Porque al final, uno
aprende que la verdadera belleza y plenitud residen en el cuidado y amor que se
brinda a sí mismo, en el florecimiento de su propio jardín interior.
Deseo
que todas las personas vivan el aquí y ahora con mucha paz, humildad, y sobre
todo mucho amor. Gracias por estar y ser.
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