Es tu energía la que hace que la gente se enamore de ti, la que determina cómo se sentirán a tu alrededor.
Somos como un rio. El agua corre, cambia, se transforma. Discurre limpia o
turbia, según circulen por ella más o menos tóxicos propios o exteriores. Pero
lo que da consistencia a ese rio no es lo que vemos transcurrir en la
superficie, más o menos tranquila o agitada, sino es la base sólida e inmutable
que lo sostiene, el cauce, que guía la dirección de la corriente, que te hace
sentir tu identidad y la constancia de tu vida. Y ese cauce se corresponde con
nuestro mundo interior, con nuestra inteligencia y sabiduría innatas que
conforman nuestra esencia.
Las personas son como un reflejo de su propio mundo interno. Aquellos que
luchan internamente, que están en guerra consigo mismos, no pueden brindarte la
paz que anhelas. Del mismo modo, aquellos que se traicionan a sí mismos, que no
son leales a su propia esencia, no pueden ofrecerte verdadera lealtad. Y
aquellos que se engañan a sí mismos, que no son honestos consigo mismos,
tampoco pueden regalarte la honestidad que buscas.
Para recibir amor, paz, lealtad y honestidad genuinos de los demás, primero
debemos cultivarlos en nuestro propio ser. Solo entonces podremos compartir
esas cualidades de manera auténtica con los demás.
No es tu físico ni tu estatus lo que te hace magnético. Lo que te hace
inolvidable es cómo cambias el corazón de la gente con tu presencia. Ese es tu
poder, y siempre está en tu interior, es el cauce del rio de tu vida. Que nada
ni nadie te distraiga de ese cauce, porque es la esencia de quien eres.
Un abrazo de amistad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario